Nunca lloro. Pero esta vez, no podía controlar mis ganas de llorar. Estaba muy herida, o tal vez estaba desesperada. No lo sé, pero quería llorar. Esas palabras y esa discusión tan hiriente fueron la causa.
Me quedé sentada en el sillón de mi sala de estar, mirando al vacío y tratando de no pensar en lo pasado. Me puse a ordenar unas cosas, a distraer mi mente. Limpié mi guitarra traste por traste, afiné cada una de sus cuerdas para pensar en otra cosa, pero no podía. No podía.
Rápidamente subí las escaleras hacia mi habitación y deshice mis maletas, mientras algunas lágrimas caían de mis ojos. No podía soportar el contenerme, así que me encerré en el tocador de mi baño.
Me senté en una silla a un lado del espejo, sin ver mi reflejo. Inconsientemente, agaché mi cara, mientras apoyaba mis codos en mis rodillas y hundía mis manos en mi cabello. Y comenzé a llorar.
Tenía aproximadamente un año y medio que no lloraba, no sé por qué. Y tampoco se por qué ésto causó ese efecto en mí, tal vez eran las lágrimas reprimidas de muchísimos meses, tal vez esto de verdad me dolió. Pero no podía parar de llorar.
Las palabras como navajas destrozaban mi mente sin cesar, una y otra y otra vez se repetían en mi mente, y yo sin saber que hacer solamente las recordaba. Las quería apagar, las quería suprimir súbitamente. Pero no podía...
¿Acaso tenían razón? ¿Acaso yo era la que estaba mal? No podía dejar de pensar eso, jamás en mi vida había sentido la sensación de culpa tan fuerte.
Así que me quedé ahí. Sentada en el tocador, jamás mirando al espejo, con mis manos hundidas en mi cabello, con mis lágrimas empapando mi todo aquello que tocaban. Aquellas lágrimas de dolor.
Pasaron una, dos, tres horas... No sé cuánto tiempo. No sé cuánto tiempo estuve así. Siempre en la misma posición, jamás me movía del mismo lugar.
De repente, todos aquellos pensamientos desaparecieron de mi cabeza. Como si jamás hubieran sucedido.
Me levanté de mi silla y contemplé mi rostro en el espejo. Mi rostro que parecía el de un alma en pena. El blanco de mis ojos, mas rojo que la sangre se perdía en el negro de mis pupilas, en el negro de mis parpados que se corría por mis mejillas. Mi rostro, mas blanco que nunca, pálido y sin vida, se encontraba enmarcado por mi cabello alborotado, que no me había percatado hasta entonces, se enredaba en mis brazos.
No me reconocía en el espejo, parecía un ánima en pena. Inmediatamente comenzé a llorar.
Ya ni recordaba lo sucedido antes, ahora lloraba por verme en ese estado, verme tan demacrada.
Después de unos segundos, de repente, paré; y comenzé a reír, reír, reír. Ahora me daba risa la forma tan tonta en la que había actuado. Me lavé la cara, borrando cualquier rastro de lagrimas. Cepillé mi cabello y lo sujeté sobre mi nuca.
Me miré al espejo y sonreí con una risa burlona y pensé: ''¿Sabes qué? Al carajo los demás.''
Me dí media vuelta aún aguantandome esa risa, cerré la puerta, me dirigí a mi habitación. Y como siempre, tomé mi guitarra y me puse a cantar.

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