No puedo recordarlo, ni siquiera haré el esfuerzo porque no quiero, porque no lo quiero recordar.
Lo que sí recuerdo bien, era el contacto de su piel, el calor de su cuerpo, y su respiración que chocaba con la mía. Lo recuerdo bastante bien. Recuerdo los rayos de luz del atardecer que entraban, rojizos por la ventana, y el suave crujido del movimiento. Todo esto lo recuerdo muy bien. Y… ¿hace cuánto de esto? Hace unos dos, tres años quizás… incluso más creo. No sé, jamás me ha gustado hacer cuentas del tiempo, jamás me ha gustado ese concepto. Así como tampoco conté las horas que estuvimos juntos. ¿Cuántas fueron? ¿Dos?, ¿Tres?, ¿Seis horas? Eso tampoco lo recuerdo.
A veces, en mis noches de soledad, todavía siento sus manos sobre mi espalda y sus labios sobre mi cuello. Todavía recuerdo como me gustaba hundir mis manos en su cabello y como cada vez todo se convertía en un caos total. ¿La música? No la recuerdo, creo que era aquél ‘Reign In Blood’ que jamás terminamos de escuchar, aunque fácilmente pude haber dado unas 7 repeticiones. Sólo recuerdo su voz que me repetía una y otra vez aquellas palabras, y mi voz que ahogaba la suya.
Después de ahí, nada. Incluso a veces me cuesta trabajo recordar su nombre, y me es casi imposible reconstruir su rostro entre mis recuerdos.
Pero lo que sí recuerdo bien, fue como después de tantas horas, se quedó dormido. Le di un suave beso en la frente y me fui.
Para entonces ya era de noche. Mi carro generó un ruido estruendoso al prender, y temía que se despertara y me descubriera. Así que me fui a toda velocidad, y me marché a aquél café al que nunca había ido. Borré su número de mi lista de contactos, borré todos y cada uno de sus mensajes y correos. Eliminé cualquier rastro de su existencia y evitaba a toda costa encontrarlo.
Me fui dos semanas a algún lugar que jamás imaginaría, esperando olvidarnos mutuamente. La verdad, al día siguiente ya no me acordaba de él, yo ya me encontraba muy lejos, en un lugar muy muy lejos de ahí.
Jamás volví a saber nada de él. Y, solamente en mis noches más solas, recuerdo las luces del crepúsculo que adornabas su ventana, y el calor de nuestras almas elevadas. Después de ahí, nada.