miércoles, 30 de noviembre de 2011

400.

No puedo recordarlo, ni siquiera haré el esfuerzo porque no quiero, porque no lo quiero recordar.

Lo que sí recuerdo bien, era el contacto de su piel, el calor de su cuerpo, y su respiración que chocaba con la mía. Lo recuerdo bastante bien. Recuerdo los rayos de luz del atardecer que entraban, rojizos por la ventana, y el suave crujido del movimiento. Todo esto lo recuerdo muy bien. Y… ¿hace cuánto de esto? Hace unos dos, tres años quizás… incluso más creo. No sé, jamás me ha gustado hacer cuentas del tiempo, jamás me ha gustado ese concepto. Así como tampoco conté las horas que estuvimos juntos. ¿Cuántas fueron? ¿Dos?, ¿Tres?, ¿Seis horas? Eso tampoco lo recuerdo.

A veces, en mis noches de soledad, todavía siento sus manos sobre mi espalda y sus labios sobre mi cuello. Todavía recuerdo como me gustaba hundir mis manos en su cabello y como cada vez todo se convertía en un caos total. ¿La música? No la recuerdo, creo que era aquél ‘Reign In Blood’ que jamás terminamos de escuchar, aunque fácilmente pude haber dado unas 7 repeticiones. Sólo recuerdo su voz que me repetía una y otra vez aquellas palabras, y mi voz que ahogaba la suya.

Después de ahí, nada. Incluso a veces me cuesta trabajo recordar su nombre, y me es casi imposible reconstruir su rostro entre mis recuerdos.

Pero lo que sí recuerdo bien, fue como después de tantas horas, se quedó dormido. Le di un suave beso en la frente y me fui.

Para entonces ya era de noche. Mi carro generó un ruido estruendoso al prender, y temía que se despertara y me descubriera. Así que me fui a toda velocidad, y me marché a aquél café al que nunca había ido. Borré su número de mi lista de contactos, borré todos y cada uno de sus mensajes y correos. Eliminé cualquier rastro de su existencia y evitaba a toda costa encontrarlo.

Me fui dos semanas a algún lugar que jamás imaginaría, esperando olvidarnos mutuamente. La verdad, al día siguiente ya no me acordaba de él, yo ya me encontraba muy lejos, en un lugar muy muy lejos de ahí.

Jamás volví a saber nada de él. Y, solamente en mis noches más solas, recuerdo las luces del crepúsculo que adornabas su ventana, y el calor de nuestras almas elevadas. Después de ahí, nada.

martes, 29 de noviembre de 2011

Carta A Un Danzante.

No tengo idea de cómo comenzar esto. Bueno, si sé; pero no sé cuál de todas las opciones utilizar.

Empiezo a arrepentirme. Todavía recuerdo aquella carta hace un año exactamente. Aún recuerdo mi respuesta. Fue un poco cruel ¿no es así? Bueno, me he dado cuenta de que soy muy cruel, sobre todo cuando se trata de corazones ajenos, incluso con el mío propio. Sinceramente tenía miedo. Miedo de mí. Lo que te dije, era una mentira a medias. Era… ¿Cómo decirlo? ¿Una excusa? Un simple pretexto para distraer tu atención. Pero cada vez que recibía un nuevo mensaje con tus ruegos, aunque no lo quiera admitir, se me partía el corazón. Yo sí quería. ¿Pero qué era? ¿El orgullo acaso? No. Eran mis expectativas. Esperaba algo que no existe, esperaba una utopía. Tú eres lo contrario a cualquier ideal. Pero, ¿sabes? Eso es exactamente lo que me gusta de tí.

Hace un año y unos cuantos meses fue cuando todo pasó. Hace un año exactamente recibí aquella carta, que reflejaba el miedo en cada palabra. Un miedo justificado, y una sana prevención para aquella respuesta afilada.

Sinceramente, aunque pase el tiempo me sigo sintiendo mal, y creo que más y más mientras cada vez nos volvemos más viejos. No es que te ame. Es que simplemente esperaba y verdaderamente sigo esperando que tú algún día vuelvas a insistir. Insistir tan desesperadamente como aquella noche de invierno en la que cruelmente te me negué y me di media vuelta.

Lo puedo aclarar, no estoy enamorada de ti. Pero inevitablemente llegas a mi memoria de vez en cuando. Y siempre que me encuentro sentada en aquella cafetería, en la misma silla, en el mismo lugar y a la misma hora; escuchar tu voz a mis espaldas y escuchar el sonido de la silla que tú arrastras para colocar a mi lado, me cuesta fingir el desinterés. Es difícil contener el deseo de tomar tu mano cuando caminas a mi lado sin razón alguna, y es difícil disimular que jamás me has interesado.

Pero sabes cómo soy. Soy más orgullosa que un rey desterrado, y más soberbia que un dictador.

Aún así, quiero que sepas, que aún después de un año, me sigo arrepintiendo y me sigo culpando de aquél gravísimo error. Tu mismo me advertiste, pero es el orgullo el peor veneno para matar el amor.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Viaje.

Escribiendo en el camión, camino hacia mi casa, viendo un paisaje que poco a poco cambia; viendo el gris del cielo que se confunde con el mar, y la niebla entre los volcanes que se alzan a lo lejos con su grandeza, miro como la gente sube, como otras personas bajan; y yo siempre en el mismo lugar.

Ha pasado mucho tiempo y ni la mitad del camino he recorrido.

Pero aún así, me encanta viajar en camión, escuchar a la gente hablar en sus lenguas ancestrales me hace enorgullecerme de mis raíces, de mi cultura.

El ver la diversidad que existe y la fusión de culturas que se logra en este punto del país, de mi patria.

Veo las montañas a lo lejos, una detrás de la otra.

Veo como la escasa vegetación reverdece entre el barro de la tierra.

Veo como el desierto y el mas se unen, en perfecta armonía.

Veo como se mira la línea oceánica a lo lejos.

Veo como los grandes cultivos, llenos de su color de vida.

Veo como nuestro alimento crece.

Veo como kilómetros de mallas se extienden hasta donde alcanza la visa.

Miro a los animales pasear libremente, a los perros corriendo y a las cabras paseando.

A las vacas acostadas al lado del camino, moviendo sus colas de lado a lado como si estuvieran bailando, con su vaquero cuidando.

Miro como decenas de motociclistas, rápidos como el viento pasan a mi lado y se pierden dentro de su nube de polvo.

A los jornaleros que desde el amanecer trabajan sin descanso.

Miro a los vaqueros, miro a mi gente paseando en sus caballos, con su indumentaria tan peculiar, y me hacen sentir que de verdad estoy en casa otra vez.

Veo como todo en conjunto logra el equilibrio perfecto, miro como todo es trabajo en equipo de la naturaleza y las culturas que crea el hombre.

Miro los pinos, miro los árboles, miro a las hierbas silvestres que crecen con humildad y sus pequeñas flores que alegran el paisaje.

Miro el paisaje desértico que caracteriza a mi lugar, llego a mi pueblo y todo se llena de color.

Veo las construcciones, algunas grandes, otras pequeñas.

Miro a los hombres vendiendo flores en las esquinas.

Escucho la música y el canto de mi gente.

El ruido de la gente, el ruido de los carros, personas conversando y el viento siempre soplando.

Y así termina la única ruta que tiene el camión, y yo; la única tripulante.

El chofer me despide con un ''Que tenga un buen día'', mientras yo me bajo y le contesto ''Muchas gracias, usted también''.

Al bajar me sacude un viento con olor a pan, cierro mi mochila, sostengo fuertemente mi guitarra y mientras me pongo mi gorro para protegerme del viento.

Paso por el parque de colores tierra, y por la iglesia que suena sus campanas; mientras camino por la orilla de la única carretera.

Unas personas en bicicleta, con bandera de Canadá y casco con orejas de Mickey Mouse me saludan y yo les sonrío.

Sigo caminando y llego hasta la puerta de mi casa, suspiro y abro el portón por primera vez en mucho tiempo.

Me recibe por el patio trasero mi fiel coneja Elena.

Me siento recargada en la puerta trasera de mi casa, Elena se recuesta en mis piernas; me quito mi mochila, mientras tomo mi guitarra.

Y me pongo a cantar.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Sin Título

Nunca lloro. Pero esta vez, no podía controlar mis ganas de llorar. Estaba muy herida, o tal vez estaba desesperada. No lo sé, pero quería llorar. Esas palabras y esa discusión tan hiriente fueron la causa.


Me quedé sentada en el sillón de mi sala de estar, mirando al vacío y tratando de no pensar en lo pasado. Me puse a ordenar unas cosas, a distraer mi mente. Limpié mi guitarra traste por traste, afiné cada una de sus cuerdas para pensar en otra cosa, pero no podía. No podía.


Rápidamente subí las escaleras hacia mi habitación y deshice mis maletas, mientras algunas lágrimas caían de mis ojos. No podía soportar el contenerme, así que me encerré en el tocador de mi baño.


Me senté en una silla a un lado del espejo, sin ver mi reflejo. Inconsientemente, agaché mi cara, mientras apoyaba mis codos en mis rodillas y hundía mis manos en mi cabello. Y comenzé a llorar.


Tenía aproximadamente un año y medio que no lloraba, no sé por qué. Y tampoco se por qué ésto causó ese efecto en mí, tal vez eran las lágrimas reprimidas de muchísimos meses, tal vez esto de verdad me dolió. Pero no podía parar de llorar.


Las palabras como navajas destrozaban mi mente sin cesar, una y otra y otra vez se repetían en mi mente, y yo sin saber que hacer solamente las recordaba. Las quería apagar, las quería suprimir súbitamente. Pero no podía...

¿Acaso tenían razón? ¿Acaso yo era la que estaba mal? No podía dejar de pensar eso, jamás en mi vida había sentido la sensación de culpa tan fuerte.


Así que me quedé ahí. Sentada en el tocador, jamás mirando al espejo, con mis manos hundidas en mi cabello, con mis lágrimas empapando mi todo aquello que tocaban. Aquellas lágrimas de dolor.


Pasaron una, dos, tres horas... No sé cuánto tiempo. No sé cuánto tiempo estuve así. Siempre en la misma posición, jamás me movía del mismo lugar.


De repente, todos aquellos pensamientos desaparecieron de mi cabeza. Como si jamás hubieran sucedido.


Me levanté de mi silla y contemplé mi rostro en el espejo. Mi rostro que parecía el de un alma en pena. El blanco de mis ojos, mas rojo que la sangre se perdía en el negro de mis pupilas, en el negro de mis parpados que se corría por mis mejillas. Mi rostro, mas blanco que nunca, pálido y sin vida, se encontraba enmarcado por mi cabello alborotado, que no me había percatado hasta entonces, se enredaba en mis brazos.


No me reconocía en el espejo, parecía un ánima en pena. Inmediatamente comenzé a llorar.


Ya ni recordaba lo sucedido antes, ahora lloraba por verme en ese estado, verme tan demacrada.


Después de unos segundos, de repente, paré; y comenzé a reír, reír, reír. Ahora me daba risa la forma tan tonta en la que había actuado. Me lavé la cara, borrando cualquier rastro de lagrimas. Cepillé mi cabello y lo sujeté sobre mi nuca.


Me miré al espejo y sonreí con una risa burlona y pensé: ''¿Sabes qué? Al carajo los demás.''


Me dí media vuelta aún aguantandome esa risa, cerré la puerta, me dirigí a mi habitación. Y como siempre, tomé mi guitarra y me puse a cantar.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

La Catrina

Con su pluma de avestrúz
Se pasea por todos lados
Altanera y orgullosa
Siempre con la frente en alto.

La Catrina, siempre tan elegante como el catrín,
Con su vestido de tul, encaje y labios color rubí;
Se polvea su rostro de pálido color blanco,
Se ladea el lujoso sombrero,
Mientras espera a su desafortunado amor de momento.

Se dan las 12 y siempre con un nuevo amante,
Cada día un alma sin repetir.
La muerte enamoradiza lo lleva a bailar danzón,
Al ritmo del contrabajo y trompetas, seduce aquél corazón.

Con su fría mano lo arrebata,
Mirándolo a los ojos, la sínica muerte se ríe;
Y lo deja morir poco a poco, mientras su alma desviste.

Regresa la Catrina, siempre tan elegante como el catrín;
A aquel callejón de besos comprados,
Buscando un nuevo amante con quien danzar por ahí.

martes, 1 de noviembre de 2011

El fracaso, la derrota, una mente abierta.

Éste escrito no es un poema, no es un cuento, no es una historia. Más bien es una anécdota. No habla sobre amor, no habla sobre la inspiración que me produce un atardecer ni nada de eso. Habla de mí, de mi vida. Y te lo cuento a tí quien quiera que seas porque me quiero desahogar con alguien, quiero contar mi historia, quiero que sepas que es lo que siente alguien que de verdad no sabe que está haciendo en este momento.

Y aunque debería de estar trabajando para arreglar mi error, me pongo a escribir. ¿Por qué? Porque escribiendo es la única manera en la que siento que al hacer nada estoy haciendo algo útil. Porque quiero desquitar mi furia con mi pobre teclado amenazado por la fuerza de mis dedos y mis manos que escriben sin parar.

Muy bien, entonces sin más preámbulos empezaré, que nada se me hace más patético que la gente que la da vuelta a las cosas y no se centra en lo que es.

Imagínate, pararte frente a un grupo de gente, enseñarles un arte y que al principio todo vaya muy bien, cada vez va más gente que hasta llega el momento en que no cabe en el lugar. Pero de repente, poco a poco el lugar se empieza a vaciar. Así que alguien te da un consejo y le vuelves a echar ganas, te entusiasmas y todo va incluso mejor que al principio. Sale una oportunidad para demostrar lo que haces en público con y al momento de querer hacer lo que querías tu herramienta de trabajo falla. Y tienes menos de un mes para prepararte a tí y a tu grupo. A la siguiente vez tratas de arreglarlo y por alguna razón del destino falla. Se pierden una semana. Piensas que ya tenías la solución y todo parecía perfecto y falla de nuevo. Todo se echa a perder. Se pierden dos. Y poco a poco todo va decayendo y lo que algún día fué un imperio, hoy no es mas que polvo.

La misma persona te da un consejo, pero esta vez siendo más agresiva y mezclado con la furia que contenías por el fracaso recién ocurrido, sólo contestas con un silencio.

Llegas a tu casa, te sientas en completa oscuridad y buscas la relajación para reflexionar en cualquier escapatoria del alma. Por ejemplo, en un instrumento. Te sientas, te relajas y te dejas sumir por el espíritu de aquella melodía; piensas, piensas, piensas, piensas sin cesar; y tu mente no dice nada. Completo silencio, lo único que ocupa tu mente es esa canción jamás escuchada que tus manos producen sin saber cómo ni por qué. Es un trance.

Y de repente, el mínimo ruido de algún automóvil que pasa a lo lejos te desconcentra. Y llegan como una avalancha todas aquellas ideas que siempre buscaste. Las respuestas a las preguntas que nunca quisiste hacer.

Y la desconfianza que te crea contarle algo a un conocido, te da la confianza de decírselo a decenas de gente que no conoces. Y así cuentas tus problemas, cuentas tu vida, cuentas tu historia. Y así ésta mente que no piensa en nada en este momento más que en hablar a través de unas simples letras conjuntas cuenta algo que tal vez para tí no signifique nada, pero para mí es mi vida. Y en vez de trabajar, te sientas a escribir.

¿Por qué? Porque después de que el alma gritó toda la furia que contenía, la mente cobra vida propia y después de repetir infinidad de veces aquél ''dum tak tak ka'', empieza a hablar con coherencia.

Nada de lo que escribí tiene sentido a simple vista, pero lee y piensa, lee y piensa y te dará las respuestas que a mí me dio. Cierra los ojos, ciérralos y piensa en tu vida, en tu presente y trata de mejorarlo.

Y si está bien, mejóralo mas, nunca, pero nunca te conformes con lo que tienes y jamás de los jamases pienses que tienes el mundo en tus manos, porque cuando menos te lo esperes se esfuma como el vapor que produce tu respiración en una mañana helada.

Y puede sonar un poco trillado el repetirte estas palabras que todos escuchamos en donde quiera. Pero jamás dejarás de escucharlo hasta que les hagas caso. Y aunque no te consideres alguien débil (como yo incluso siento que soy algo dura), este tipo de detalles te marcan. Y te hacen hacerle cobrar un poco de sentido a la vida.

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